Desde que surgió hace unos años la yogamanía
y con ella el exhibicionismo banal del postureo y el alardeo de
la flexibilidad, no son pocos los que siguen un "yoga" fitness
que no es yoga. Y no son muchos los que conectan con las raíces del verdadero yoga y beben en sus fuentes, en las que se inspiran.
Es deplorable que el que ha sido el
sistema ascético más venerable del mundo, en palabras del gran psicólogo William James, haya terminado para
muchos por convertirse en una gimnasia exótica para robustecer los glúteos,
sudar a mares, c
oquetear con el contorsionismo, cultivar un obsesivo culto al
cuerpo y un compulsivo apego a la elasticidad. Cuando se puede tener mucha
elasticidad física y ninguna mental.
Han surgido toda suerte de absurdos,
como la práctica de los asanas a más de cuarenta grados de temperatura o
el los campeonatos de postureo retroalimentando. Un enfermizo narcisismo que
olvida la verdadera esencia del yoga, su sentido genuino, su alcance más profundo.
Apoyados por aquellos primeros mentores indios que llegaron a Estados Unidos,
con los ojos cegados por la arena de la codicia, empezaron a surgir los
pseudoyogas, en un voraz intento por rentabilizarlo y mercantilizarlo. De esta
forma se traicionaron las instrucciones y motivaciones medulares del verdadero
yoga.
El yoga es básicamente una técnica
espiritual y un método de transformación, mediante el cual el practicante
trabaja sobre todas las esferas de su persona (instintiva, motriz, mental, emocional) para ir logrando la evolución consciente
y poder afrontar la vida con una actitud basada en la lucidez, la ecuanimidad,
el sosiego y la compasión.
El yoga no es ni hindú, ni budista,
ni jainista, ni vedantín, ni se adhiere a ningún culto particular, pues está
más allá de todos ellos y todos ellos precisamente se han servido de sus
solventes métodos para avanzar por la senda del autodesarrollo hacia la
Sabiduría.
Su ámbito es tan amplio y profundo,
que se necesita toda una vida para explorarlo y asimilarlo.
A lo largo de la dilatada historia
del yoga, han surgido muchas escuelas yóguicas de sabiduría, entre las que
destacan la de “los pranavadins”,
que tanto hicieron por investigar y ampliar las posibilidades del ser humano,
proporcionando instrucciones y procedimientos para hacer posible el verdadero
autodesarrollo, la independencia mental y la libertad interior. Tanto los natha
yoguis como los pranavadins trabajaban a fondo con las energías
sutiles o finas, ya que son ellas las que permiten un tipo de conocimiento
supramental y realmente transformativo. Estas energías sutiles o finas están
prontas a surgir cuando les facilitamos las condiciones para ello, como por
ejemplo; la consciencia bien afinada y alerta, el dominio sobre determinadas
funciones somáticas y sobre el pensamiento, el cultivo de la perceptividad y de
la intuición, el sentimiento de apertura y la capacidad (a través de la meditación
y otros muchos métodos) de conectar con la fuente o caudal de energía, que es personal y transpersonal, es decir, está
dentro de uno pero también fuera de uno. Esta energía, principio de vida,
sensación y acción, adquiere diferentes grados, que van desde lo más burdo o
tosco a lo más sutil. Es de gran importancia poder conectar con esas energías
más finas y sutiles que procuran otro tipo de sentimiento y que otorgan una
sensación de plenitud.
El ser humano es como una batería,
un microuniverso o pequeña réplica del universo. La energía no es inagotable, y
por eso hay que saber cuidarla, intensificarla y canalizarla. En este aspecto
tanto los natha yoguis como los pranavadins eran unos verdaderos
expertos. Los primeros se servían de buen número de técnicas de control
psicosomático, que incidían no sólo sobre el cuerpo físico sino de manera muy
especial sobre el energético o etéreo; los segundos se valían de un
estrechísimo y asombroso dominio sobre la respiración como del prana o aliento
vital. Los pranavadins consideraban que la médula del yoga es la
regulación de la respiración y que sin control respiratorio no hay verdadero
yoga. Mediante el dominio de la respiración conseguían disolver el pensamiento para así poder
conectar con la mente quieta y disponer de su sabiduría; al vaciarse de
contenidos mentales y emocionales, lograban que las energías finas
eclosionasen.
Para el practicante de yoga ha sido
una constante la enseñanza de que en la raíz del pensamiento o antesala del
proceso discursivo, se encuentra una realidad que se nos oculta, como la perla
se esconde en la ostra o la nata en la leche. Los pranavadins eran capaces de
grandes logros a través del control de la respiración y la regulación del prana
o fuerza vital.
Hoy en día son muchos los
desaprensivos que simplifican el yoga hasta lo bochornosamente caricaturesco.
El yoga no es gimnasia, no es deporte, no es mero ejercicio
físico, y es realmente increíble que incluso se le quiera hacer pasar como una
disciplina de educación física, a la que se pueda regular y federar, etiquetar
y rotular como tal. Quienes apoyan este pensamiento o es por supina ignorancia,
por sacar ventaja del asunto o por perversidad consciente o inconsciente.
Tendrían que leerse las obras de Mircea
Eliade, George Feurstein, Evans Wenz o Arthur Avalon, entre otros
grandes especialistas, para ampliar sus horizontes culturo-yóguicos y
terminar de entender que el yoga no es una disciplina gimnástica o deportiva.
Tampoco consiste en hacer posturas de yoga para competir con los demás
practicantes y demostrar superioridad contorsionista, ni es un simple
canturrear mecánicmaente mantras sin ningún sentido, ni tiene por qué prestarse
a ser falazmente hinduizado.
Practicar Yoga no es dogmático, no es una religión, es tanto para
personas teístas como ateas; invita a la experiencia personal y no se mueve por
creencias o prejuicios religiosos, sino por experiencias. Apela a la propia
inteligencia primordial y es el eje espiritual de Oriente, representando una
riquísima herencia espiritual y a la par pragmática también para Occidente.
Ramiro Calle
Centro de Yoga Shadak