Centro de Yoga y Relajacion Maitreya.
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Una historia de vida y muerte
Cuentan que
una madre llorosa se acercó a Buda con su hijo muerto en brazos. “¡Por favor,
iluminado, ayúdame!” le dijo con el rostro cubierto de lágrimas. “¿Qué puedo
hacer por ti?” preguntó Buda extendiéndole la mano. “Cura a mi hijo, no puedo
vivir sin él. Tú eres un hombre de grandes poderes, devuélvele la vida”.
Buda esbozó
una sonrisa compasiva y le dijo “con gusto haré lo que me pides y sólo te
pediré algo a cambio: debes traerme tres semillas de mostaza que obtengas de un
hogar al que jamás haya visitado la muerte”. La madre se alegró, y con el niño
sin vida aún en brazos, corrió rumbo a la aldea para cumplir su parte.
En la primera puerta que tocó una mujer se ofreció a
entregarle las semillas. “Seguramente que en esta casa nadie ha muerto” dijo la
madre. “Los que vivimos bajo este techo somos pocos, comparado con todos los
que murieron aquí” dijo la mujer, así que la madre debió rechazar las semillas.
En la segunda puerta se enteró que hacía un año el hermano del dueño había
muerto a causa de un accidente. Lo mismo le sucedió el resto del día: si no
había sido un hermano, era un hijo o algún otro familiar el que había fallecido
en el pasado.
Al atardecer
volvió al bosque, aún con el niño sin vida en sus brazos. “Así que no hay cura
para la muerte, después de todo” pensó y enseguida dejó al pequeño sobre una
cama de flores. Luego regresó al lugar donde se encontraba Buda y le dijo con
resignación “es imposible, no existe el hogar que jamás haya conocido la visita
de la muerte”. “No eres la única que ha perdido un hijo frente a la muerte”
dijo Buda.“Por favor, admíteme como tu discípula” pidió.
La mujer fue
inmediatamente aceptada. Una tarde que meditaba observando una lámpara de
aceite vio como las llamas se apagaban una tras otra. “La vida es como esta
llamas. Algunas arden, otras se agitan y se van” pensó. Y cuentan que pasadas
las horas seguía observando la lámpara, hasta que alcanzó la iluminación.
Dice el Dhammapada, un libro que recoge las enseñanzas de
Buda, esta frase que se acerca a la experiencia de la madre.
“Cual
torrente que arrasa un poblado, así la muerte se lleva consigo lo que
atesoramos. Cuando ésta llega con todo su poder, hijos, parientes y amigos no
pueden detenerla.”
Ya que no es
posible detenerla, curarla o escaparle ¿qué nos queda?
En días
recientes he conversado con varios amigos que han perdido o están a punto de
perder a un familiar. Cada quien está viviendo esa visita a su manera, y por
supuesto, no es asunto fácil.
Pero
entender la muerte como parte de la vida, pero sobre todo, que los asuntos de
la vida se deben resolver en el presente para que al llegar la muerte no
existan temas pendientes, sin duda ayuda a procesar el dolor y la
transformación que acompaña su visita.
Nadie puede
decir que está 100% preparado para ese momento. Pero si podemos aceptarla como
parte del acto de vivir.