Mecanismo de defensa: introyección
Ser “bueno”, hacer
lo que los demás quieren que uno haga. Por Carlos Velasco Montes. Psicólogo
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En la introyección, el
hombre incorpora elementos dentro de sí mismo que son extraños a él. Son
actitudes, patrones de comportamiento, ideas y valores que no son realmente
suyos y no los siente próximos a él y así los rechaza instintivamente. En esa
inundación de elementos, poco va quedando de su propia y original forma de
ser, de aquello que concuerda con su núcleo más interno. Piensa por los
demás, no por él mismo. Las transacciones las hace de acuerdo a lo que dicen
los demás, no el modo en que las siente desde sí mismo.
Su capacidad de discernir está
disminuida, le cuesta distinguir entre su mundo real y el impuesto por los
otros, cree que lo correcto es actuar como dicen los demás. Los otros
viven dentro de él y actúan mediante él.
Traga
contenidos de los demás pero no los digiere ni asimila plenamente y, si los
traga, los sentirá como parásitos y querrá vomitarlos. Si suprime el dolor
que le produce la náusea y lo digiere, se intoxica internamente.
Acepta de los otros las palabras sin hacer crítica,
las cuales van a parar al mismo saco de lo mal digerido. Lo “tragado” son
elementos extraños a él.
Incorpora de forma pasiva lo que el medio le obliga
a tragar. Su propia forma de ser no se desarrolla, no crece en su ser-en-sí
ya que está ocupado en recolocar los cuerpos extraños de los otros.
La persona vive la contradicción en su deseo de
actualizar sus potencialidades y en el acto de mostrarse falsa; en actuar
cómo realmente desea y en actuar como los demás dicen que tiene que actuar.
Es como si una voluntad exterior a él le ordenara manifestarse
de acuerdo a ese extraño mandato, pero no de acuerdo a su ser-interior. En la
encrucijada de estos dos deseos, uno que pugna por ser lo que los demás dicen
que sea y el otro por ser-él-mismo, comienza un estado esquizoide debido a
esta disociación.
Esta forma de actuar se manifiesta externamente por
imitaciones, caricaturas o paranoias, en el sometimiento a las intenciones de
la otra persona o de los otros y a ser tal como se quiere que uno mismo sea
ante los demás, según los deseos o lo que los demás esperan de uno. En esta
confusión laberíntica se convierte en lo que la otra persona quiere o espera
que sea. Pierde la frescura y la espontaneidad.
Ser “bueno” no lleva
consigo un deseo altruista o convencimiento real de uno mismo ante lo que
está haciendo o diciendo; ser “bueno” es tener una actitud contraria a lo que
realmente le gustaría tener.
Esta persona con ese mecanismo de defensa llamado introyección está haciendo casi siempre lo que los demás quieren que haga, sin cuestionarse nada y sin crear “problemas”, aún sabiendo que su actitud va en contra de su propio deseo; siempre está de acuerdo en lo que los demás dicen que él es y en cómo le definen.
Se entrega sumisamente a los demás en exceso
y sin medida; no se entrega al servicio generoso de los demás, sino al
servilismo. La entrega a los demás suele ser compulsiva. Tiene una gran
necesidad de quedar bien ya que gracias a ello cree que puede ser más
aceptado por los otros. Una conducta similar se da entre agrupaciones de
simios en los que los más fuertes son espulgados por los más débiles y estos
últimos consiguen, gracias a la sumisión, rendición incondicional; los más
débiles se someten a los más fuertes para no ser atacados agresivamente o
desterrados del grupo, quedándose sin protección. Este hombre “bueno” es
bueno por obligación, por imposición de los demás, no por deseo propio; ha
hecho suyo lo que los demás le han impuesto.
Tiene una conformidad contrariada a unas
normas de los otros y no a las normas de sí mismo. Está plegado a las
intenciones, deseos y esperanzas del otro, lo cual le produce una rabia y
agresividad contenidas en el cuerpo que se manifiesta especialmente en la
base del cuello, mandíbula inferior, garganta y diafragma, entre otras zonas.
Este ser humano, esquizoide, se muestra como
“pareciendo ser” real pero, en definitiva, no puede llevar a cabo lo que
dentro de él le gustaría hacer. Esta forma de ser, crea un “angostamiento” en
su vida que es angustiosa, llena de odio encubierto, resentimiento y
acusaciones de persecución hacia la persona o grupo al que ha estado
voluntariamente sometido.
El resultado de esta dependencia es una debilidad
existencial en donde la persona no disfruta de individualidad y libertad
dentro de sí misma ni en la relación con el mundo y, cuando se confía a otras
personas, grupos o sectas, les responsabiliza por haberse “perdido” entre
ellos, en lugar de hacerse responsable de sus acciones.
Este hombre es un ser-arrojado a la existencia; en
este contexto se entiende como ser utilizado por el mundo, hasta el extremo
de llegar a ser extraño para sí mismo, sucumbiendo al poder de los demás.
En el entramado de los modos inauténticos de
concebir el mundo, la persona es completamente obediente a las
demandas de los demás. No existe vislumbre de apertura de un espacio abierto
donde pueda relacionarse con los otros poniendo en acción sus demandas y
deseos propios y auténticos; tampoco existe espacio abierto donde pueda
mostrar su propio Dasein (‘ser-en-el-mundo’, ‘ser-ahí’) y permitirle
emerger entera y plenamente.
Existencialmente la melancolía ha llegado a
invadir su cotidianidad amorfa y sin cambios; no aparece futuro, no hay
presente. La paralización del desarrollo del Dasein ‘ser-ahí’ le muestra
a sí mismo como excluido del uso de un pasado fértil en el presente –como el
agua en un pozo que, al no moverse, se corrompe–. El resultado de ser-ahí en
el mundo paralizado muestra signos de melancolía y decadencia.
Las relaciones con otros son frías y teñidas de
miedo, pero sólo él es el responsable de sus acciones.
No hay desarrollo de su proyecto vital existencial
mientras sienta la culpa existencial; es decir, mientras se
sienta vitalmente culpable al no poner en acción sus potencialidades, sus
propios tesoros ocultos; sentirá frustración y fraude, resentimiento e
imposibilidad de ser él mismo. La pérdida de uno en los otros es como una
muerte anunciada.
Este ser humano tiene miedo a atacar al otro por
temor a represalias de ser atacado. Para atacar al otro, es necesario
conectar con uno, tener una cierta dosis de agresividad positiva, mucho
coraje, autodeterminación; pero sobre todo, conectar con el propio deseo de
ser-uno-mismo-en-libertad, sólo entonces puede haber enfrentamiento hacia los
demás.
En ese proyecto de llegar a ser, se
experimenta la autenticidad, la frescura y la espontaneidad. La creación no
se imita a sí misma, se muestra. A nadie hay que imitar, ni menos
perder energía demostrando lo que uno hace, sabe o es. Este hombre, ya libre
de las fauces de sí mismo y de los otros, se da plenamente cuenta de los
límites con los demás, de lo que realmente es él y lo que son los otros; por
un lado, podrá vivir la separación de los otros sin que eso sea un trauma y,
por otro, tendrá la capacidad para sentir la integración con ellos.
Carlos Velasco
Montes · Psicólogo Colegiado M-15178. Universidad Complutense
psitranspersonal@wanadoo.es
(34)627865058
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