La enfermedad como oportunidad
Nadie está preparado para recibir la noticia de que
tiene cáncer. Pero te puede pasar. A mí me pasó. La experiencia de ese primer
día es distinta para cada uno, pero en todas los casos constituye una imagen
grabada para siempre en la memoria, cargada de sorpresa, de una sensación de
irrealidad y sobre todo de miedo. A partir de ese momento el miedo se convierte
en nuestro compañero de cada día. La palabra cáncer se asocia con
la muerte, con el
miedo a lo desconocido, a los cambios, a dejar de existir, a desaparecer.
Mi caso no fue diferente. En las semanas que siguieron a mi diagnóstico el miedo fue adueñándose de mis horas. Me daba miedo pensar, leer, o hablar sobre el tema. Desde el momento del diagnóstico y hasta que recibí los resultados de la biopsia, y pudimos tomar una decisión en cuanto al tratamiento, pasaron tres o cuatro semanas. Fueron las semanas más largas de mi vida. No lograba concentrarme en nada. Me sentía impotente. Estaba acostumbrada a actuar, a resolver, a hacer… esa espera me consumía.
Ahora me doy
cuenta de que en realidad esas semanas que parecían de inutilidad total fueron
muy importantes para la adaptación psicológica y ayudaron al posterior
desarrollo de mi tratamiento. El verme obligada a “no hacer” me permitió bajar
la carga emocional, analizar con mayor frialdad lo que estaba pasando, los
posibles resultados. Me dio licencia para tomar conciencia de lo que sentía. El
miedo seguía allí, no lo niego. Pero el tiempo permite que uno se familiarice
con él y comience a verlo con otros ojos.
El miedo es
una fuerza muy poderosa. Es uno de los instintos más primitivos y se ha
mantenido a lo largo de miles de años de evolución, simplemente porque es
esencial para permitir nuestra supervivencia como especie. El miedo nos motiva
como ninguna otra cosa a la acción. Por eso es importante aceptarlo, entenderlo
y admitirlo en nuestra vida. Cuando nos negamos a reconocer que el miedo está
allí, y pretendemos que tenemos todo bajo control, o que podemos manejar y
superar el miedo, entonces este más crece y más nos paraliza.
Esas semanas
de espera también me permitieron tomar conciencia de que había un miedo a la
situación y
un miedo a lo imaginario. Si bien eran experiencias reales para mí, muchos de mis miedos no tenían
ningún basamento lógico. Sentir miedo por algo que no sabemos si va a pasar o
no, no sólo no aporta ningún beneficio adaptativo, sino que contribuye a
debilitar nuestras energías. El reto consiste entonces en diferenciar lo que es
causa real de preocupación y miedo, y lo que no. Muchos de nuestros miedos
están basados en el desconocimiento, en lo que hemos escuchado, en lo que nos
imaginamos. Pero lo cierto es que muchas de las cosas que tememos al principio
de ese diagnóstico nunca suceden, o siempre han estado presentes, solo que no
teníamos conciencia de ellas. Recuerdo que una vez le pregunté a mi doctora que
si me iba a morir, y ella me respondió sonriendo “Sí, claro. Todos nos vamos a
morir. Lo que no sé es cómo te vas a morir, pero no creo que sea de cáncer“. Eso me hizo reflexionar acerca
del miedo
a la muerte que nos
invade cuando nos dicen que sufrimos de cáncer. En seguida recordé la historia
de uno de mis tíos, que fue diagnosticado con cáncer de garganta hace unos 25
años. En el momento que nos dieron la noticia en casa todos pensamos que se iba
a morir, y comenzamos a tomar previsiones. Lo cierto es que él se curó
completamente de su enfermedad, volvió a su vida normal, e irónicamente murió
años más tarde, atropellado por un carro, en una calle que transitaba a diario.
Es por eso
que una de las cosas que les aconsejo a todos los pacientes que acaban de
recibir su diagnóstico, es que traten de informarse lo mejor posible. Hablen
con sus médicos, soliciten opiniones de varios especialistas, busquen
información de fuentes fiables en internet, lean libros sobre el tema, hablen
con otros pacientes si se les presenta la oportunidad, aprovechen todas las
fuentes de información que tengan a su disposición. Traten de tener una imagen
muy clara de lo que va a pasar. Pregunten, pregunten, pregunten. No importa lo
absurda o ridícula que les parezca la pregunta, háganla. Una vez que tengan
claro lo que realmente van a enfrentar, entonces vivan su miedo, úsenlo a
su favor. No permitan que les paralice. No luchen contra él. No lo escondan, no
se avergüencen. Hablen
acerca de sus temores con sus familiares. Aceptar el miedo como algo normal, propio de nuestro
ser y darse la oportunidad de vivirlo y sentirlo, es la mejor manera de
superarlo. Y es además esencial para dar el siguiente paso de este camino de
crecimiento y aprendizaje que es aceptar la realidad de nuestra enfermedad.
La practica del Yoga y la Meditacion contienen herramientas que nos pueden ayudar a i r aceptando nuestra propia realidad presente.
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