El origen de
los problemas
Todos llevamos un yo interior que
nos marca unas pautas de comportamiento
Hay que saber controlarlo, ya que
muchas veces nos puede jugar una mala pasada
Desde la niñez vamos construyendo
una identidad inventada, que a la larga será la causa de algunos conflictos
personales. Ese falso yo recibe el nombre de ego. Una especie de segunda
identidad que nos hace difícil saber quién somos en realidad y de dónde
proceden nuestros problemas.
Todas las relaciones personales:
familia, amigos, pareja y trabajo… se ven sacudidas
por conflictos, más grandes
o más pequeños, de forma recurrente. A veces, cuando una relación parece ir
bien, otra empeora. Las relaciones entre las personas se convierten en una montaña rusa de
altibajos, avances y retrocesos. Nunca parece
que vayan a arreglarse definitivamente del todo. Siempre el mismo tipo de
conflictos, la vida se hace difícil.
Y en ese punto, las personas suelen
decir algo así como que “las relaciones son difíciles”, cuando en verdad es
quien hace esa afirmación quien es difícil. Tal vez las personas no necesiten
ninguna reparación, pero sí deban examinar y cuestionar sus comportamientos y
creencias gobernadas por el ego. Estas no son, sin embargo, la causa del
sufrimiento, sino que son la espoleta que activa un dolor antiguo, un conflicto
no resuelto que ya estaba ahí.
Debería llamarnos la cantidad de
dolorosos conflictos judiciales en los que desembocan muchas relaciones de
pareja, metidas en una espiral de amor-odio, pasando del todo a la nada en función de si la otra persona cubre ciertas
expectativas o no. Si lo hace, la amará; si no lo hace, la odiará. Son
relaciones que no tienen nada que ver con el amor real, sino con una necesidad,
una carencia, un apego o incluso una adicción.
La adicción en las relaciones
personales consiste en el uso de personas para cubrir un vacío o
un dolor. Cuando dos personas se encuentran
en ese inseguro terreno, todo lo que siga está condenado a crear una mala
experiencia: una crisis de pareja. Sin embargo, esta podría darse por buena si
conduce a una mejora: es la oportunidad perfecta para corregir las
manifestaciones del ego desde la práctica en el día a día.
Para definirnos recurrimos al uso de
referencias externas convencionales o etiquetas. A la mente le gusta poner
nombre a todo para tratar de comprenderlo. El ego es una autoimagen que se basa
en identificaciones tales como: un nombre, una edad, un estado civil, un rol
familiar, unas posesiones, una nacionalidad, un pasado, una profesión, unas
creencias, un cuerpo, una educación, una religión, un sexo, unos logros y
fracasos… Todos los egos en realidad son iguales, ya que consisten en una
identificación, y por tanto solo se diferencian en la superficie, pero no en el
fondo. Las personas nos acabamos contando una historia, y quien se apegue más a
la suya será quien sufrirá más, porque será incapaz de vivir de otra manera.
Albert Einstein
El autoengaño tiene muchos nombres.
Al ego se le conoce también por autoimagen, yo construido, falso yo o yo
fabricado, pero en realidad no importa el nombre, sino darse cuenta de que
se trata de una creación mental. Una falsa identidad no real. Es importante que
detectemos cuando esta está en activo. Esto pasa cuando nos suceden cosas como
querer tener razón a toda costa, quejarse y sentirse víctima, ser incapaz de
perdonar, juzgar y etiquetar a las personas, atacar o defenderse de
comportamientos, reaccionar impulsivamente, establecer diferencias… Por otro
lado, cuando desactivamos el ego perdemos interés por discutir, competir,
agredir, criticar, estar a la defensiva, juzgar… Esto no significa que seamos
pasivos, sino que habremos elegido antes que nada la paz mental en toda
situación, algo que solo se consigue siendo muy activo (tomando elecciones
sabias) y no lo contrario (reaccionando como un autómata).
El peligroso juego del ego consiste
en crear una identidad por identificación. Una vez creada, se buscan las
diferencias con otros egos. Cuantos mayores son estas, más grandes son los
problemas potenciales que surgen del conflicto, en una estúpida cruzada por
defender las supuestas diferencias. Una lucha inútil, pues del conflicto de
egos la única consecuencia posible es el sufrimiento psicológico. Además, al
ego le gusta crear un molde para sí mismo y otro para aquel con el que se
cruce. Si los demás se ajustan a él, los amará; en caso contrario, los odiará.
Pero el juego preferido del ego es
tratar de cambiar a los demás, sin esforzarse por cambiar uno mismo. Un
proverbio chino dice: “Es más fácil variar el curso de un río que el carácter
de una persona”. Así es, y sin embargo, una y otra vez se vive en la ilusión de
hacer pasar a los demás por los guiones que hemos inventado para ellos, como si
alguien pudiera saber qué es lo mejor.
Renunciar a la posesión imaginaria
del constructo mental que es el ego no es sencillo. ¿Cómo desprenderse de una
identidad forjada a lo largo de toda una vida? Parece como una pequeña muerte,
y en realidad lo es, pero servirá para renacer a una nueva vida libre de apegos
y aversiones, y por ello más feliz.
Hay muchas técnicas y teorías sobre
cómo acabar con el ego, pero tal vez la menos conocida sea matarlo de
aburrimiento, no haciéndole caso. ¿Y cómo se hace eso? Dejando de reaccionar
desde el ego a los otros egos, no saltando a la mínima provocación o
reaccionando mecánicamente. Se trata de dar una respuesta elaborada y elegida,
sin darle el micro o el protagonismo a esa vocecita parlanchina y engreída que
hay dentro de cada uno y que siempre busca líos.
El ego es como tu perro. Este tiene que seguir al amo y no al revés. Hay
que hacer que el perro te siga. No hay que matarlo, sino domarlo
Alejandro Jodorowsky
El final de los problemas es no
reaccionar al ego de las otras personas. Pero, ¿cómo no hacerlo ante un
comportamiento desagradable? Es sencillo de decir, aunque no fácil de hacer. La
clave está en comprender que su comportamiento disfuncional está dictado por su
ego. Que no procede de la persona en sí, sino de sus condicionamientos
adquiridos en el pasado. Y entender que todos llevamos un ego a cuestas, y que
todos sucumbimos a sus desvaríos de vez en cuando… Tener en cuenta todo esto
ayuda a comprender (aunque no justificar) comportamientos disfuncionales y, por
tanto, a no reaccionar ante ellos.
‘Un nuevo mundo, ahora’, de Eckhart
Tolle
Javier Olivares
“La mayoría de la gente está tan
completamente identificada con la voz de su cabeza que podríamos describirla
como poseída por su mente. Eso es la mente egótica. La llamamos así porque hay
un sentido del yo (ego) en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación,
opinión, punto de vista, reacción y emoción. En la mayoría de los casos, cuando
se dice yo, es el ego el que habla. Este consiste en los pensamientos, las
emociones y los recuerdos que constituyen una historia. Todo ego trata de
proteger esa historia, lucha por agrandarse, y para sostener la idea del yo
necesita la idea opuesta de el otro. El yo conceptual pero no real no puede
sobrevivir sin el otro conceptual y también irreal”.
El contexto donde los egos suelen
entrar en conflicto son las relaciones de todo tipo: familiares, sociales,
profesionales y de pareja… Uno podría pensar que cambiando las relaciones se
soluciona el problema. Pero no es así. Eludir las relaciones no es la solución,
ya que el dolor sigue latente en el inconsciente. Sin duda, el problema
reaparecerá, esta vez en otro lugar, en otro momento y con otra persona. Solo
resolveremos estas cuestiones si dejamos de juzgar y criticar, si aceptamos a
los otros tal y como son, sin ningún deseo de cambiarlos, ni siquiera por su
bien.
Ralph Waldo Emerson